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Aplaudidores del Estado

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Aplaudidores del Estado

Los intelectuales de la sociedad, al servicio del Estado, moldearon la opinión pública, mediante una ingeniería del consentimiento, y crearon un sistema de justificación. Una teoría grupal de legitimidad. A cambio, el Estado incorpora a sus aplaudidores, como parte de la oligarquía gobernante. Otorgándoles poder, estatus, prestigio y seguridad material.

Construyendo consentimiento y legitimación.

El hombre es un ser racional y ético. Un ente social que se obliga a justificar, ante la razón y la moral, el método y el fin de su camino. Así como a tener en consideración la conciencia social del momento que le ha tocado vivir.

Tan pronto como la integración psíquica desarrolla el sentimiento comunitario de conciencia de Estado, tan pronto como el sirviente adquiere “derechos”, y la conciencia de igualdad fundamental cala en la sociedad, los medios políticos para la satisfacción de las necesidades requieren de un sistema de justificación, apareciendo en la clase dominante la teoría grupal de la “legitimidad”.

Para perdurar, todo gobierno debe lograr construir consentimiento y legitimidad.

Si los estados en todas partes han sido gobernados por un grupo oligárquico de depredadores, ¿cómo han podido mantener su dominio sobre la masa de la población?

A la larga, todo gobierno, por más dictatorial que sea, cuenta con el apoyo de la mayoría de sus súbditos.

El apoyo de la mayoría, no tiene por qué ser una aprobación vehemente y entusiasta, basta con que sea mera conformidad pasiva y resignación. Una aceptación pasiva y resignada de la supuesta inevitabilidad del Estado y sus impuestos.

No existe una justificación racional para la obediencia civil. La razón esencial de la obediencia es, probablemente, que se ha convertido en un hábito.

¿Por qué la gente obedece los dictados y la depredación de la oligarquía gobernante? ¿Cómo garantizan el cumplimiento y la conformidad de la población?

La ingeniería del consentimiento desempeñó un rol fundamental, en lograr que la gran mayoría de las personas acepte al gobierno y sus acciones.

Los grupos privilegiados que se benefician de la operación del Estado, los consumidores de impuestos, siempre fueron los seguidores más entusiastas de la maquinaria estatal.

Desde los orígenes del Estado, sus gobernantes siempre han recurrido, para apalancar su gobierno, a una estrecha alianza con los intelectuales de la sociedad, quienes realizaron sin descanso, y desempeñaron con maestría, el arte de manipular a las personas sin que ellos se dieran cuenta.

Los intelectuales

La mayoría de la gente común no crea sus propias ideas abstractas. Y muy pocos, piensan en estas ideas de manera independiente. Generalmente siguen pasivamente las ideas impulsadas por los intelectuales, quienes se convierten en formadores de opinión en la sociedad.

El hombre más peligroso, para cualquier gobierno, es aquel que es capaz de pensar las cosas por sí mismo, sin dejarse influenciar por el relato prevaleciente.

La desesperada necesidad de los gobernantes del Estado de moldear la opinión pública, produjo una fuerte alianza entre los intelectuales y las clases dominantes.
Los intelectuales siempre difundieron entre la población la idea de que el Estado y sus gobernantes son sabios, buenos, a veces divinos y, como mínimo, inevitables y mejores que cualquier alternativa.

A cambio de esta construcción ideológica, y su impulso, el Estado incorpora a los intelectuales como parte de la oligarquía gobernante. Les otorga poder, estatus, prestigio y seguridad material.

Asimismo, el Estado necesita intelectuales para dotar de personal a la burocracia y planificar la economía y la sociedad.

Los intelectuales se han hecho pasar por el cuadro científico de expertos,y han estado ocupados informando al desventurado público, que los asuntos políticos son demasiado complejos para que la persona promedio se preocupe.

El papel de la población, incluso en las «democracias», devino en solo ratificar y asentir a las decisiones de sus eruditos gobernantes.

A lo largo de la história, en todas partes del mundo, los gobernantes utilizaron razonamientos antropológicos y teológicos, fuerzas ideológicas, y diferentes construcciones teóricas, todas eficaces y potentes, para justificar el dominio y la explotación, y para inducir obediencia y apoyo entre la población:

  • La unión de Iglesia y Estado.
  • El desprecio del individuo y la exaltación de lo colectivo.
  • Hacer que el gobierno del Estado parezca inevitable.
  • Crear, difundir e inculcar «teorías de conspirativas».
  • Invocar «fuerzas sociales» misteriosas y arcanas.
  • Instalar el miedo frente a cualquier alternativa al Estado.
  • Plantear el fantasma del caos ante la perspectiva de la desaparición del Estado.
  • Identificar la tierra gobernada y su población con el Estado, haciendo que el patriotismo funcione a su favor.
  • Infusión de sentimiento de culpa frente a cualquier aumento en el bienestar privado, atacándolo como codicia, materialismo u opulencia excesiva.
  • Demonizar el libre mercado, denunciando los intercambios voluntarios mutuamente beneficiosos como «egoístas».

Una tendencia constante del Estado, desde sus inicios, es que, independientemente del resultado de cualquiera de sus iniciativas, de alguna manera siempre se llega a la conclusión de que se deben expropiar más recursos del sector privado y desviarlos hacia el parasitario sector público.

A la población se lo presenta como un llamado de la oligarquía gobernante, a que el sector privado realice más «sacrificios» por el bien común.

Paradójicamente, mientras que se supone que la población debe sacrificarse y reducir su «codicia materialista», los sacrificios son siempre del sector privado. El Estado nunca se sacrifica cuando su gobernante pide a gritos “sacrificios”.

Así se manifiesta claramente, el doble estándar moral que siempre ejercitan quienes gobiernan el Estado.

Pero si alguien se atreve a afirmar que los políticos y burócratas están motivados por el deseo de maximizar sus ingresos, lo acusan de «teórico de la conspiración», «determinista económico» y otras sandeces.

La opinión general, cuidadosamente cultivada y delineada por el propio Estado, es que los hombres entran en política por pura preocupación por el bien común y el bienestar público.

A lo largo de la historia, los argumentos intelectualoides utilizados por el Estado para construir el consentimiento público, se pueden resumir en dos:

  • que el gobierno existente es inevitable, absolutamente necesario, y mucho mejor que los males indescriptibles que resultarían de su caída; y
  • que los gobernantes del Estado son especialmente grandes hombres, sabios y altruistas, mucho más sabios y mejores que sus simples súbditos.

¿Por qué los intelectuales necesitan al Estado?

El sustento del intelectual en el mercado libre generalmente no es demasiado seguro. Porque el intelectual, como todos los demás en el mercado, debe depender de los valores y elecciones de las masas, y generalmente, estas masas, no se interesan por las preocupaciones intelectuales.

El Estado, en cambio, está dispuesto a ofrecer a los intelectuales un lugar cálido, seguro y permanente, en su estructura, con un ingreso seguro y un andamiaje de pseudo prestigio.

La simbiosis entre gobernantes e intelectuales, parásitos y aplaudidores de Estado, ha jugado un papel preponderante, en la dominación y depredación de las poblaciones.

Fuentes:
On Power, Bertrand De Juvenal, 1949.
The Engineering of Consent, Edward Bernays 1947.
A Treatise of Human Nature, David Hume, 1739.
For a New Liberty, Murray Rothbard, 1973.

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